Por Ximena Vega Amat y León
CEO Claridad Coaching Estratégico
Suerte es un término que no uso con frecuencia.
Creo en las cosas que se ganan con esfuerzo. La recompensa del empeño y las ganas se traduce en el éxito. La suerte ocurre por azar, como si fuese la gracia inmerecida y repentina de un oráculo trastornado. Sin embargo, esta vez, la excepción se debe a que no encuentro otra palabra que pueda definir mejor la buena ventura de haber estado en el lugar correcto en el momento adecuado. Mencionar al destino puede ser incluso muy pretencioso.
Tomemos, entonces, la palabra “suerte” para definir mi llegada al torbellino publicitario en el momento perfecto para mí.
Escribir sobre los últimos años de la Publicidad en el Perú no es nada fácil, sobre todo cuando se tiene 20 años trabajando. Eso significa que hay varios años que tengo en mi memoria a través de referencias de libro y anécdotas de entrañables personajes del mundo publicitario, que por ventura también son mis muy queridos amigos. Valoro mucho esta transmisión de conocimientos y experiencias, que me sirven para entender que hay un antes y un después muy marcado en la comunicación peruana.
A pesar de no haberlos vivido directamente, tengo la suerte de haber llegado a la publicidad justo en la mitad de la transición. En el momento preciso en que se rompió el ayer para darle cabida al futuro.
Mi primer año en la publicidad fue en área Creativa, en donde empecé a trabajar siendo algo así como la despistada asistente del practicante. Recuerdo haberme esmerado en entender y utilizar con toda propiedad términos como foldcote y bernoulli, como si fueran palabras inmortales que fuera yo a utilizar desde ese momento hasta la eternidad. Haber visto dibujar a mano alzada los story boards que narraban los comerciales de televisión, plasmando la mente de un director creativo en cartulina Canson.
En los escritorios los lápices y blocks eran todo el material de trabajo. Cuando se iba la luz, lo único que te podía impedir seguir trabajando era la ruptura inesperada de la punta del lápiz. No existía internet como una herramienta habitual. El correo llegaba en sobres a la recepción. Los envíos de Fedex de nuestras oficinas de la red eran cosa de todos los días, y tratados como documentos del Pentágono. Los archivadores inundaban el departamento de cuentas. Existían las máquinas de escribir encima de los escritorios de las secretarias. Existían las secretarias.
El primer vestigio de lo que sería la era tecnológica laboral fue la llegada de las PCs. De look fatal, pantalla negra y D.O.S. Vi desaparecer los blocks para dar paso a las impresoras. Recuerdo a alguien preguntando dónde se ponía el diskette. La conversación a la hora de almuerzo giraba en torno a quién tenía el mejor protector de pantalla (no el que se pone virtualmente en el escritorio, sino el nefasto vidrio con marco que se colgaba del monitor con un poco de UHU). Los lapiceros fueros cambiados por teclados. El papel carbón se cambió por toner. Algunas computadoras tuvieron e-mail. www y .com Llegó la modernidad.
Desde ese instante hasta las Macs, iPhones, iPods, touch screens y cámaras digitales, sólo hay una década. Me parece increíble como la mitad de las palabras que usamos hoy, simplemente no existían en el diccionario hace diez años. No emailiabamos, forwardeabamos ni chateábamos. Los pajaritos azules no tenían nada que ver con Twitter. Cuando mandábamos a imprimir un trabajo era siempre referido a una imprenta. Navegar era en bote. Un blog era un cuaderno rayado con influenza. Eventualmente webeábamos pero se escribía diferente y significaba otra cosa.
Tengo que reconocer que soy infinitamente más feliz hoy. Nací para vivir rodeada de artefactos tecnológicos. Si me olvido el celular o la laptop en la casa, regreso a recogerlos o muero de angustia. Me encanta saber que tengo a libre disponibilidad la biblioteca más grande del mundo, Intenet. Soy mucho más social a través de las redes virtuales que las reales. Me mantengo cerca de lo último que pasa. Puedo personalizar todo, tal como yo quiero. La laptop y la conexión inalámbrica son mis candidatas para el invento del siglo. Me sorprende lo último en tecnología y me intriga pensar hasta dónde se puede llegar. En diez años, la publicidad, el marketing y las comunicaciones en general han cambiado radicalmente. Todo este vertiginoso aceleramiento hace que todo se mueva más rápido. Es un reto cubierto con adrenalina.
Nos enfrentamos a un mundo atomizado. A un consumidor disperso, al que se puede acceder de miles de formas diferentes hoy, gracias a los muchos dispositivos tecnológicos. Las combinaciones de alcance son hoy tan infinitas como las opciones de contenido. Sin embargo, cuando pienso en el futuro, me convenzo que estamos en pañales. Quienes dominarán el mercado mundial en una década más nacieron con la tecnología. La manejan como si fuese su lengua nativa, mientras que nosotros, incluso los más duchos, la adquirimos como segundo idioma.
Seguirle la pista a la manera como la tecnología afecta la forma como nos comunicamos es apasionante. Las pantallas seguirán siendo cada vez más planas y probablemente flexibles, los programas más interactivos, las computadoras tendrán cada vez más memoria, ya no será necesario ejercitar los dedos, Internet será cada vez más veloz, etc. Los celulares tendrán más funciones y se podrán reciclar totalmente, las cámaras más zoom, las baterías mayor duración o serán recargables con energía solar. Nuestro trabajo evolucionará un poco más cada día, para nunca dar pase al aburrimiento.
Y con un poco de suerte, estaremos ahí para vivirlo. Cada vez con más pasión.